La comunicación en la familia es esencial. No hay una forma particular de hacerla ni se debe esperar que los niños tengan una determinada edad. Se genera un código, como una especie de idioma entre los miembros, que reflejará la función que desempeña cada uno y la dinámica familiar. En realidad, es posible afirmar que la comunicación entre padres e hijos es una prolongación de la comunicación entre la pareja.
Lo que sí debemos tomar en cuenta es que las palabras tienen poder y con mayor razón si quienes las dicen son personas significativas: los padres. Lo que escuchan los niños, lo repetirán en la misma forma y con la misma intención. Si los padres damos órdenes de una forma muy vertical y sin pedir “por favor”, si gritamos con frecuencia, si utilizamos un tono de ruego para lograr que los chicos hagan las cosas o si trasmitimos ansiedad cuando hablamos con ellos; todo eso no sólo es recibido por nuestros hijos sino imitado y aplicado.
¿DESDE LA PANZA??
Muchos padres se preguntan si cuando los bebés están en la panza de mamá ¿escuchan y sienten? Cada vez se conocen más investigaciones que lo afirman. Los bebés reaccionan con movimientos placenteros o sobresaltos ante diferentes estímulos auditivos del exterior. Además de la misma sensación que la madre le trasmite por vía directa.
Por eso hoy, no sólo les ponemos música y les contamos cuentos sino que hablamos mucho con los bebés intrauterinos porque desde ese momento ya estamos estableciendo contacto incluso desde lo verbal.
Cuando nace el bebé, la voz de la madre y del padre se hace real. En un inicio, obviamente no reconoce las palabras por su significado sino por la entonación y gestos faciales que utilizamos al decirlas.
En las siguientes etapas del niño, las palabras serán cruciales. El pequeño irá comprendiendo la función que desempeñan: pueden poner un límite, pueden permitir una acción, pueden ser una recompensa, pueden ser una expresión emocional. Y poco a poco irá haciendo uso de ellas también, cuando llega la explosión del lenguaje.
EL PODER DE LAS PALABRAS
Las palabras tienen un poder y, como hemos mencionado antes, los niños van aprendiendo eso. El lenguaje se adquiere por imitación y de manera muy natural. La forma en que decimos las cosas es un reflejo de nuestros padres, abuelos, tíos, compañeros del colegio, es decir de nuestro entorno.
Las palabras provocan emociones y con mayor razón si vienen de una persona significativa. Un halago puede cambiarle el día a nuestro hijo, una frase dicha con enojo puede ocasionar una reacción de temor. Palabras subidas de tono o gritos en una discusión pueden provocar confusión o reacciones equivocadas en los niños. Palabras dichas con cortesía y amabilidad hacia los demás enseñan a los niños a ser atentos y educados con las personas.
En ocasiones, parece que hacemos “pronósticos” sin darnos cuenta: “Si te subes ahí, te vas a caer”, “De grande no sabrás cómo ordenar tus cosas, serás un desordenado” o la conocida frase: “Cuando tengas hijos, sabrás cómo sufro yo” en tono de amenaza. Esto, sin afán de exagerar, son palabras que quedan marcadas por el resto de la vida.
NO TE PIERDAS: Métodos Anticonceptivos Para La Planificación Familiar
LOS CÓDIGOS DE LA FAMILIA
Cada familia tiene su propia forma de comunicarse, las palabras que se utilizan entre los miembros son muestras del vínculo, de la complicidad y establecen las relaciones al interior del sistema.
De igual forma, es importante tomar en cuenta si nuestra forma individual de comunicarnos está siendo adecuada o bien recibida por nuestra pareja y nuestros hijos. Podemos parecer enojados cuando deseamos ser firmes, hacer bromas con ligera intención y caer pesados, querer ser afectuoso y parecer exagerado en nuestra expresión, alzar el tono de voz e incomodar a alguien, creer que estamos reforzando una conducta exponiéndola ante los demás.
Si la forma en que nos comunicamos con nuestros hijos no está aportando a una armonía familiar, es hora de evaluar lo que está sucediendo y proponer estrategias para cambiar.
RECOMENDACIONES
• Tener en cuenta la edad de nuestros hijos cuando hablamos con ellos. Si el mensaje que utilizamos tiene palabras muy complejas o es muy largo, no llegaremos a nuestro objetivo.
• Si nuestro hijo cometió una falta, antes de utilizar un tono acusador o dar por sentado un hecho, primero preguntar: “¿qué fue lo pasó? ¿cómo sucedió esto?”
• Si tenemos que ser firmes en nuestro mensaje, utilizar un tono directo sin necesidad de gritar o hacer uso de palabras subidas de tono.
• Escuchar lo que tienen que decir nuestros hijos, la idea es propiciar el diálogo y que no sea un monólogo autoritario.
• Demostrar que las palabras pueden expresar emociones: “estoy enojado porque…”, “me siento triste cuando…”, “me pone contenta que…” Eso hará que los niños se conecten con lo que sienten y puedan verbalizarlo.
• Las palabras: “lo siento”, “perdóname”, “te amo”, “gracias”, “por favor” deben ser cotidianas en la familia.
Los niños podrán olvidar las palabras que dijimos pero siempre recordarán cómo se sintieron cuando las escucharon.
Artículo elaborado por la Lic. Jesica Kuwae Goto – Psicóloga Clínica Infantil y Danzaterapeuta en www.crianzadanza.com.