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La etapa de la Expansión en el ciclo vital de la pareja.

Dos personas que deciden conformar un matrimonio, inician un camino que atraviesa diversas etapas. En ellas tendrán que hacer frente a algunas tareas (dentro y fuera de la relación) para poder vivir de manera satisfactoria y seguir avanzando y creciendo. Esto lo viven todos los matrimonios, si bien cada pareja tendrá sus propias particularidades. No obstante, lo común es que las personas no se preparen o no se alisten conscientemente para este recorrido. Muchas parejas aún piensan (o fantasean) con que el sentimiento del amor, lo puede todo.

Las tareas internas se refieren al compromiso mutuo por mantener a la pareja, el cuidado emocional por el otro, la comunicación efectiva (verbal y no verbal), la habilidad para reconocer y solucionar conflictos, los cuales no han de faltar y  la capacidad para alcanzar un equilibrio de poderes, que suele tener un peso importante. Mientras tanto las tareas externas tendrán que ver, en gran parte, en cómo la pareja se relaciona con las familias de origen, de las cuales, habrá que hacer una separación oportuna para desarrollar una verdadera identidad como pareja. También será importante establecer límites con los grupos de amigos(as), con los ambientes laborales, los centros de estudios, etc.

En el ciclo vital de la pareja (Nichols y Everet, 1986) el inicio de la paternidad, es la segunda etapa (llamada Expansión) que la pareja atraviesa, luego de la etapa inicial en que comienza la convivencia. Las personas suelen recordar el nacimiento de sus hijos (las hijas) como los eventos más felices de la vida y vaya que no es para menos. Los momentos inmediatos que suceden al nacimiento están tan cargados de alegría intensa, novedad, flashes, flores, visitas y regalos que a nadie se le ocurre pensar “la chamba” que le espera a la pareja.

Cuando un hijo (una hija) aparece, las cosas cambian y las reglas de juego cambian, o acaso, el juego mismo. Se presentan una serie de demandas, una tras otra, totalmente nuevas e inesperadas. El cansancio suele instalarse como invitado de lujo en casa, sin que alguien se percate, anticipadamente,  lo poco amigo que resulta ser de la paciencia y de la tolerancia.

Suele suceder una casi total concentración en la crianza y en el rol de ser padres. Es como si cada quien pensara que el otro miembro de la pareja “puede siempre esperar” o “debe siempre comprender” y que lo prioritario es atender al hijo (la hija). Algunos padres desarrollan la sensación de ser “el extraño”, e incluso el “rival o el suplente”. La mujer tiene un sitial naturalmente ganado en el rol de madre y, a veces, concentra cierto(o tanto) poder que deja fuera de escena al padre. El tema se vuelve más complejo cuando entran a tallar algunos miembros de la familia de origen, que con tan buenas intenciones, se olvidan de la necesidad de intimidad y de hacer las cosas por sí solos que requiere la joven pareja. Ocurre, que en esta danza, el padre, al no sentirse muy competente, efectivamente deje la mayor responsabilidad de las tareas de atención al hijo/a la hija en brazos de la madre, y prefiera otros espacios, como el contexto de trabajo o las amistades de cuando fue soltero.

Probablemente, las atenciones cariñosas del uno al otro dejen de ser frecuentes. El padre que llega del trabajo ya no dará el tan ansiado beso acostumbrado a su pareja, sino al/la bebé. La mamá, agotada en cuerpo y espíritu por el trajín del día, lo requiere para que la apoye con atenciones del hijo/la hija y se olvidan de preguntarse y contarse con curiosidad y alegría, cómo ha estado el día de cada quien, experiencias que hayan vivido, anécdotas, frustraciones, logros,  y etc., diálogos que tanto enriquecen el vínculo. La vida sexual también sufre un impacto y el colchón conyugal tiene, sobre todo, olor a leche.

Aparecen sentimientos de cólera por expectativas que cada quien tuvo/ tiene del otro y que no ve cumplidas, y es probable que surjan las preguntas de si acaso se equivocaron en la elección de la pareja o no se percataron de que “el producto vino fallado” o “tenía fecha de vencimiento”. Se van instalando algunos intercambios, progresivamente, como la tendencia a criticarse, a mostrarse a la defensiva y a comentarios o actitudes de desprecio.  En este transcurrir del tiempo y sin percatarse tanto, la pareja empieza a distanciarse y cada quien genera sus propias interpretaciones, sus propias presunciones y también sus propios sueños y anhelos,  que no son comunicados en un diálogo franco y abierto. El fin de esta ruta, suele ser la desconexión de la pareja, de lo cual cuesta mucho recuperarse. No es raro escuchar, ciertamente, que los primeros siete años suelen ser propensos al divorcio y a las infidelidades.

La pareja que quiere mantenerse, tendrá que esforzarse por cuidar y mantener el vínculo renovando una y otra vez el compromiso, el elogio y el amor. Transmitir al otro que sigue siendo su prioridad, que quiere seguir a su lado, que el proyecto de pareja sigue en pie y que juntos lo van a seguir haciendo bien. Expandir los temas de conversación, para no sólo hablar de los hijos, sino de la pareja misma, por ejemplo hacer planes con buen humor y complicidad, recordando siempre lo que a cada uno le enamoró de su pareja. Agradecerse por cada detalle o gesto de la pareja y no dar por sentado que “es su obligación y es lo mínimo que puede hacer”. Hacer cosas que sepan que al otro miembro de la pareja le ayudan, le ponen feliz y le facilita alguna tarea. Son acciones que echan abono del bueno, en el día a día y fortalecen el sentido de autovalía de la pareja, su percepción de fortaleza y su capacidad para enfrentar diversas situaciones.

Hacer acuerdos para que no surja el sentimiento de que, injustamente, uno hace más o el otro hace menos, para que así, las responsabilidades queden compartidas y los roles balanceados. Expresar asertivamente qué necesita el uno del otro para que la pareja, ahora con hijos, funcione efectivamente.  Y en esto, conviene decirse y pedirse cosas concretas que ayuden al otro a ser mejor pareja y mejor padre/madre. De eso se trata justamente la vida en familia: de ayudar al otro a sacar lo mejor de sí.

Son grandes los beneficios cuando la pareja asume el sentido del ganar de una manera particular: se trata de que gane la pareja y esto sucede cuando cada quien se siente escuchado, cuando cada quien ve que sus opiniones y emociones son tomadas en cuenta con respeto y juntos llegan a un acuerdo de mutua satisfacción.

Es una nueva realidad la que se vive a la llegada de los hijos. Ahora son una familia nuclear, además de ser una pareja. Y el ciclo vital continúa y vendrán otras etapas, con nuevos desafíos, riesgos, cambios, momentos complejos y además, grandes aventuras y oportunidades de hacerse y de ser mejores a nivel individual y juntos, en la dupla.

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